jueves, 16 de diciembre de 2010

Ciento cincuenta y dos

No podria asegurar cuanto ha pasado desde que perdi la soltura que alguna vez tuve para componer escritos. Años, podria decir. Pese a que en ciertos y pequeños fragmentos del tiempo que ha corrido durante este año, he sentido que podia fluir, esparcir la tinta que ramifica sus conductos por la rugosidad del papel, martillear los caracteres del abecedario con mis yemas. Y que ocasionase tal irrumpimiento en la atmosfera que desencadene una multitud de fenomenos en progresion. Que de las palabras compuestas y reunidas al sonar de una voz, se te amplifique el dolor de cabeza que resuena como el eco de un chillido. Que con cada gota de pintura que golpea al caer sobre el agua de un vaso plastico, se descascare el capullo de una mariposa. O que con apretarte lentamente los pechos con mis manos se desmoronen los cimientos de una abandonada capilla italiana. Y como si todos estos eventos tuviesen relacion, por decir que existe la causalidad, despertariamos asustados para descubrirnos rigidos ante la confusa intriga por no saber si se encuentra amaneciendo o anocheciendo. Pues es un precioso paisaje de infierno.

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