No siempre la acción de un estímulo inspirador hace al genio creativo. La composición no requiere indispensablemente la intervención de un agente activo, sino que hay veces en las que la mecha puede ser incendiada por la carencia misma de estímulos. De chispa. Prueba de esto es el arte compuesto al dormir, hecho bajo o entre la sobriedad, el hambre, la soledad. No siempre una hora tiene sesenta minutos. No siempre la mañana coincide con el humo del tabaco. Son inútiles los intentos de alcanzar la divina inspiración cuando se trata de abrirse camino hacia ella. Incluso lo son cuando se espera que sea ella quien te persiga y encuentre. El valor intrínseco de la auténtica composición artística puede no limitarse sólo a depender de la acción, sino –como vengo repitiendo– de la ausencia de un motor mecánico que se reemplaza por el empuje de la transpiración. De rehusar a localizar la palabra justa cuando el lenguaje no es ciego. De adoptar el personaje del cisne que se introduce en las fauces del cocodrilo cuando es el cisne quien lo devora por dentro. De descubrir que nadie asistió al estreno de la película en el cine cuando son todas las butacas quienes la contemplan y se ríen. La chispa que intento explicar es el equipaje del viajero pero el equipaje son las huellas que se derraman por detrás de su espalda. Sobre la arena. El afán del viajero es recorrer la distancia que sea necesaria para lograr encontrar su ansiado tesoro, su chispa. Pero lo que él no sabe es que el tesoro se oculta en la búsqueda.
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